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20 de mayo de 2005

GR · 2776

Un extraño estaba siempre en mi camino, hasta que un día desapareció...
Ya llevo un año viviendo en Santiago, y aunque me he cambiado de pensión varias veces, siempre he vivido en el mismo sector, por lo que sé mi camino de memoria.
Sé que, en las mañanas, se instala una verdulería debajo del block que está frente a mi pensión, pero cuando llueve o hace mucho frio no sale del patio del departamento de sus dueños. Ellos tienen a Ricardo, un flojo perro hush puppy con manos gigantescamente gordas, y este año adquirieron una Ricarda, una perrita del mismo tipo. A su alrededor se juntan otros perros: el negro con su pata mala y el crespo con rulitos en su cola, entre otros muchos quiltros.
Luego de cruzar el block 19, por debajo de donde viví la primera vez y donde todavía habita la vieja carera, hay que atravezar El Belloto para entrar a mi universidad. Es en esa calle donde siempre estaba él, con su misma vestimenta dejando el tiempo pasar, así como las hojas caer sobre él. El polvo lo cubría a diario, sin importar quienes lo veíamos desde hace ya mucho tiempo. No se aseaba desde que llegó -quizás cuando ocurrió eso y quizás por qué lo hizo-. Solo la lluvia lo limpiaba, a pesar que solo formaba barro sobre su tez.
La superficie que ocupaba estaba llena de hojas, tierra, papeles, basura, etc, miles de tonteras que el tiempo fue refugiando a su alrededor, las que vieron la luz del sol de otoño luego de su misteriosa partida.
Un día llegaron a visitarlo unos hombres de verde, del mismo color de su abrigo, pero lo miraron con mala cara. Le observaron con mucha atención, como queriendo decirle algo, preguntarle su procedencia. Aunque sabían muy bien que no les diría su mayor secreto. Pensaron averiguarlo con otros métodos, mas no lo hicieron. Por mera casualidad, pasaba por ahí. Supe en ese mismo instante que sus días, debajo de aquel árbol, estaban contados.
Todos los días le seguí mirando y me preguntaba por qué estaba ahí. Pensé en robar una fracción de su vida con mi cámara, pero no la tuve a tiempo. También ideé una nota para la televisión, para que en algún lugar de este planeta alguien lo reconociera. Me imaginé que fue secuestrado y que su captor lo botó, como se tira un papel en cualquier lugar. Sin embargo, todas estas ideas se quedaron en mi cabeza.
Un día viernes le presté la misma atención de siempre: lo miré de reojo en señal de saludo. Pero el lunes, al volver de mi hogar, él ya no estaba. Cambiando mi panorama radicalmente. Ahora está incompleto mi camino. No pude despedirme ni guardar un recuerdo de su estadía ahí. Aquel lugar, que por azar es mi ruta, ha perdido, de la misma manera, algo místico.
Desde ese momento, ese gran espacio ya no es cualquier lugar, por lo menos para mi: es su lugar. Sé que ahí estuvo él, con ese extraño nombre, que por rarezas del destino recuerdo. Su nuevo hogar no lo conozco y creo que nunca lo haré. Sé que ya perdí su pista y solo quedó sul vacío.

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